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viernes, 16 de octubre de 2015

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Foto de Santiago Echeverry

Por:  Juan Esteban Monsalve Cifuentes


Desde los albores de la década de 1990 Quibdó ha multiplicado su población por tres. El censo del DANE de 2015 estimó la población de la zona urbana de la capital chocoana en 107.639 habitantes, sin embargo, personas involucradas en trabajos de base manifiestan que la población sobrepasa los 200.000 habitantes, de los cuales, entre el 60 y 70 % es población víctima de desplazamiento forzado y sus descendientes nacidos en la ciudad. Es Quibdó un gigantesco campo de refugiados.
El arribo de población a la ciudad, después de 1996 como consecuencia del conflicto armado, sobrepasa la capacidad de gestión de cualquier institución. Superadas las capacidades institucionales, los índices ya deplorables de la ciudad, generaron el grave problema humanitario del que alardean los medios cada vez que una noticia puede generar rating.

La ciudad ha crecido de forma no planificada hacia sus periferias. No así la cobertura en educación, salud, empleo y servicios públicos, lo cual es el resultado de los grandes índices de corrupción que se han convertido en paisaje.

Esta mancha urbana enclavada en la selva húmeda tropical, se localiza también en medio de la disputa de Guerrillas y Bandas criminales por captar las rentas de la minería ilegal. El monopolio de la fuerza estatal se limita a la zona central de la ciudad, en donde, de forma descarada el departamento de policía construyó su sede, justo al lado de uno de los principales centros educativos del municipio.

El monopolio del microtráfico en la ciudad hace parte de las nuevas luchas de grupos armados. La percepción de inseguridad ha aumentado de gran forma en los últimos daños. El modelo delincuencial paisa llegó a Quibdó en forma de vacunas y organización de menores para la venta de drogas y el fleteo. ¿Qué tan profundo ha sucedido en nuestro pueblo antioqueño para que entre familias religiosas, piadosas y laboriosas hayan emergido unos modelos tan propios de criminalidad? (Jairo Osorio ilustra el tema en su novela Familia). Se denuncia día a día la muerte de jóvenes en la zona Norte de la ciudad, por no enrolarse a pandillas y combos, o por enrolarse en el contrario. Nadie quiere ir a la zona Norte.

“La zona de los Rapi”. El rapimotismo o mototaxismo, se ha convertido en una de las principales fuentes de “empleo” en la ciudad. Conductores aguerridos de motocicleta que le liquidan un valor acordado a su propietario día a día, uno de los sistemas de rebusque más populares del país. Pero algunos, se han convertido, como lo denuncia la comunidad, en parte del engranaje criminal de la ciudad, trasportando drogas e información de interés.

La ciudad, como el departamento se ha mantenido en un contexto de exclusión en las dinámicas nacionales, centradas tradicionalmente en la zona andina. El panorama de corrupción y negligencia ha contribuido a que las vías de comunicación terrestres que comunican la ciudad con Pereira y Medellín se mantengan en condiciones deplorables, hasta ahora, cuando por fin se evidencian los avances en las obras de pavimentación. Irónicamente Quibdó se encontraba más conectado con el mundo a inicios del Siglo XX que hoy.

Dos panoramas hacen parte de la misma urbe. La ciudad de los barrios franciscanos y familias con tradición y la ciudad de los desarraigados, tan chocoanos como todos, pero sin raíces en Quibdó. “Auto-discriminación sin razón”, reza el popular disco de Tostao, Goyo y Slow. La ciudad de San Pacho es una, el resto es de los otros. Una mujer víctima, llegada de Riosucio me dijo un día, parafraseándola, que a esos plátanos que llegan del bajo Atrato y Urabá, el rechazo, lo que no se exporta, le decían el plátano desplazado. Esa fue la población que llegó a Quibdó y otras ciudades en Colombia “rechazo”. Hasta en las fiestas populares se evidencian los procesos de segregación que se han gestado por los avatares de la guerra.

Superar los niveles de vulnerabilidad de la población en Quibdó requiere la generación de ingresos mediante opciones formales y dignas de empleo. Superar la cultura del subsidio instaurada por las políticas asistencialistas de familias en acción, etc. Avanzar en modelos de educación coherente con el territorio que permita formar liderazgos que se sitúen al margen de la corrupción característica.

Estimular emprendimientos empresariales con conciencia ambiental y territorial. Aprovechar como es debidamente la conectividad que proporciona el río. Generar agendas legislativas que permitan y protejan la explotación minera por parte de las comunidades que laboran tradicionalmente, así como de aquellas que se dedican a la explotación forestal. Pero sobretodo, implica un compromiso serio con los procesos de paz a escala territorial y la reconciliación. Por eso es importante que el pueblo chocoano encuentre una dirigencia que asuma con dignidad los compromisos con su gente.

En Zulia Mena, el pueblo Quibdoseño vio esperanzas de cambio. No fue del todo en vano. Pocas personas niegan los logros que la alcaldesa ha alcanzado en su cuatrienio. Pudieran ser más, pero me atrevo a creer que la clase política tradicional de la ciudad ha cooptado sus buenas intenciones.

Para el departamento, en la actual contienda electoral, Nigeria Rentería aparece como una nueva opción, la exmiembro del equipo negociador en La Habana se muestra como una líder capaz y liberada de las ataduras de los aparatos políticos tradicionales. No está de más decir que la actual administración departamental, como su predecesora ha sido un fiasco. Buenas esperanzas se han puesto en Nigeria.

Sin embargo, no habrá avances en la calidad de vida de los chocoanos hasta que los intereses oscuros sobre su territorio no sean desnudados. Las políticas para el Pacífico colombiano no pueden definirse desde la Plaza de Bolívar, como si allí no habitará nadie. Los grandes capitales han puesto su mirada en el occidente del país, pero los planes se realizan a espaldas de sus habitantes y con la guerra como antesala. Ya ha sucedido en otras regiones. Por eso es que se plantea el presupuesto de que se podría desaparecer el Chocó y nadie lo notaría. Sus recursos le importan a grandes poderes, la población que habita allí,pareciera que no.

“Porque Colombia es más que coca, marihuana, café”, tenemos una tarea pendiente en nuestro país, reconocer sus territorios con la diversidad que le caracteriza y con los valores culturales que tanto aportan al proyecto común de nación construido desde la diferencia que aun no aceptamos como propio. Lo que sucede en las regiones definirá el porvenir del país. En los llanos, el Pacífico y el Caribe estará la clave de un futuro promisorio, las decisiones que sobre estos territorios se tomen definirán las probabilidades de la tan anhelada paz.




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